La vida del ser humano

La vida de la gente debe ser evaluada, no desde el punto de vista de su duración, sino de su contenido. El ser humano muere cuando su vida se hace inconsciente y no cuando el coche fúnebre le lleva al cementerio. Pero una cosa es poner fin a una existencia rica en contenido y otra es no haberla tenido en absoluto, es decir no manifestarse y no expresarse en una forma humana que caracteriza a la esencia de este contenido.

La extensión promedio de la vida humana, actualmente, no supera los 10 años, período en el que el niño empieza a generar un esfuerzo relacionado con el desarrollo. Pero después, este esfuerzo es sustituido por las emociones y las reacciones hacia el espacio externo. Como resultado, el espacio interior deja de desarrollarse y lo externo “traga” al hombre y lo explota. La consciencia comienza a subordinarse a las energías cortas y temporales, es decir, energías que no viven mucho tiempo.

En este caso, todo el cuerpo obedece a un régimen de corto pulso de existencia y cae en dependencia de constantes inyecciones psicológicas y físicas. Tal cuerpo no puede ser desarrollado; él, de hecho, ya ha pasado a una existencia temporal. Al principio esto lleva a un estrés; luego a una enfermedad prolongada, que a su vez provoca complicaciones graves (cáncer, hemorragia cerebral, problemas con la sangre, infarto, etc.). Pero el problema más grande consiste en que la gente pierde su respiración y el sentido del sabor correctos, lo cual reduce la actividad esencial de la energía.

Hoy en día, el hombre nace con índices energéticos disminuidos, ya que sus padres, al momento de concebir, en general, ya tienen alteradas las funciones esenciales. Como resultado, al niño no le quedan chances para una vida humana, puesto que, además, el sistema educativo está vacío y aumenta estas alteraciones. La persona no sólo no aprende a transformar y generar, sino que el proceso mismo de acumulación está limitado por las propiedades internas ya alteradas.

Incluso en el caso de un niño más o menos íntegro, que ha tenido la suerte de encontrarse con un profesor íntegro, las posibilidades están limitadas por el espacio que no es íntegro para el ser humano. Nadie desarrolla el espacio en el que vivimos; sólo lo consumimos, reduciendo sus características, con lo que reducimos también nuestras funciones.

Y a todo esto se añaden, también, la contaminación química y radioactiva que recibimos del espacio en el que vivimos y que alteran nuestro cuerpo. Como resultado, el hombre pierde la capacidad de expresar su principio humano. Y si alguien ha perdido su habilidad de concebir y expresar, entonces tampoco es capaz de actuar. Así que si de verdad queremos vivir en una forma rica de contenido, debemos organizar nuestro espacio interior y no ser parte del espacio exterior truncado.

Recomiendo conocer el tema en la Sección Longevidad.

 

14 noviembre 2011

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