¿Para qué enseñar a alguien?

¿Para qué se necesita enseñar?

Al empezar a enseñar a alguien en grupos, es importante comprender por qué lo hacemos. En la determinación de nuestras tareas, es necesario mantener el concepto del desarrollo.

Se debe comprender la diferencia en la metodología de la presentación de los Conocimientos desde el punto de vista del facilitador, del Instructor, del Maestro y del Profesor. El Profesor, como la encarnación suprema como transmisor de los Conocimientos, siempre se pone en el lugar del Alumno, ya que de esta manera se convierte en el Profesor perfecto. Es decir, al principio hay que conservar en sí la cualidad del Alumno. Si falta esta cualidad, surge una crisis interna inevitable (y en este caso, el Maestro trabajará no en su desarrollo, sino sirviendo a las circunstancias en las que se encuentre).

Así, debemos plantearnos y recordar todo el tiempo la siguiente pregunta: ¿para qué enseñamos a alguien en general?

1. Enseñamos a alguien por nuestra propia insuficiencia. Queremos comprendernos no menos que comprender a los que enseñamos. Debemos crecer independientemente, en primer lugar, y no dejar el proceso de aprendizaje a la deriva o dependiendo del espacio en el que, a menudo, es imposible realizar los principios reales de la Enseñanza.

2. Enseñamos para tener un espacio más sano a nuestro alrededor. El espacio en el que la gente se desarrolla y en el que se posiciona la persona que enseña (independientemente del formato en el que está, de Instructor o Maestro) es una condición en la que el Conocimiento está por encima de todo. Si nos ponemos por encima del Conocimiento, de inmediato nos encontramos con el problema de nuestro propio “Yo”. Esto significa que independientemente del nivel en el que estemos, debemos recordar que el Conocimiento siempre será superior a nosotros. No lo podemos conocer completamente, lo que significa que en nuestro propio desarrollo no puede haber un límite.

Si en el proceso de nuestra enseñanza surgen bloqueos, insatisfacción o “estamos hartos” de todo, esto significa que algo estamos haciendo no como debemos hacerlo. La enseñanza no tiene que convertirse en una rutina para nosotros, es decir ésta es la esencia del proceso del aprender que debemos disfrutar y lograr realización en él. En esto consiste la tarea del Método: perfeccionar el Método para que el conocimiento siempre nos satisfaga, nos llene y dirija. Si nos alejamos del conocimiento, entonces nos alejamos del cambio de lo interno y lo externo y al alejarnos del cambio, alteramos el proceso de nuestro propio desarrollo y perdemos nuestra sinceridad. Muchas personas que enseñan, en cierto momento, llegan a este punto. Cuando detenemos nuestro desarrollo, de hecho, llegamos a ser deshonestos tanto con nosotros mismos como con la gente que estamos desarrollando.

Lo que tiene que dirigirnos es la constancia. El conocimiento verdadero tiene su propia capacidad energética, su propio tono, en lo cual seguimos permaneciendo. Al no permanecer en el tono, nos estancamos. El juego con el espacio y el juego con nosotros mismos son dos cosas diferentes.

Cada noche debemos plantearnos las preguntas: ¿cómo he pasado mi día? ¿Qué he sacado de este día? Esto debe ser una cosa natural y no una rutina; no debemos olvidarlo. No tenemos que obedecer a la corriente que pasa a nuestro alrededor, de lo contrario, esta corriente puede arrastrarnos.

Si dudamos en lo que hacemos, en cómo vivimos y adónde debemos ir, entonces debemos ocuparnos de esto muy seriamente y no vivir a la espera del momento en que estas dudas nos lleven a algo. Puede que hayamos perdido el análisis y hayamos tomado el camino de la inercia o incluso un estado de afecto. A menudo, este problema surge debido a la insuficiente fuerza de la mente.

Se ha de ser capaz de analizar, de razonar. Sin embargo, no tenemos suficiente conciencia y fuerza para concientizar ciertos procesos a los que hemos llegado. Con cualquier cosa que hagamos y como quiera que lo estemos haciendo, estamos desarrollando algo. Podemos desarrollar alguna parte de nuestro cuerpo o la mente, pero sin darnos cuenta de que la hemos desarrollado; entonces, en alguna etapa, esta parte desarrollada empezará a llevar una existencia independiente, desconocida para nosotros.

La cuestión acerca de la exigencia hacia nosotros mismos debe ser prioritaria. Debido a esto, en el Método de enseñanza, debemos comprender nuestro propio desarrollo no menos que el desarrollo de la gente a la que dirigimos en la enseñanza. Debemos estar mucho más fuertemente movilizados que aquellos que vienen a entrenar con nosotros.

Al empezar a trabajar con la gente que entrena, es importante recordar que trabajamos con un producto de la sociedad y no con una persona transformada que ya ha ganado experiencia en la interacción con nosotros. Una cosa es cuando la persona que entrena ha estado a nuestro lado durante 5 – 10 años y otra cosa diferente es cuando a las clases viene una persona nueva. Aunque, incluso con los que entrenamos más tiempo también a veces resulta difícil trabajar. Por ejemplo, puede ser admitida cierta flojera en las relaciones; en la gente pueden aparecer sensaciones totalmente diferentes; o se pueden formar esperanzas debido a lo nuevo que han alcanzado o debido a la experiencia vieja. Esto pasa a menudo con las personas que han logrado algún resultado y no son capaces de percibir el nuevo material, apegándose a su experiencia anterior.

Por ejemplo, uno da clases y viene a entrenarse con él un abogado. Su pensamiento asociativo es mucho más desarrollado que el de aquel que le enseña (especialmente si es un facilitador o instructor). Si es un buen abogado, puede ser que por naturaleza tenga una energía para cuyo desarrollo, a su instructor, le llevarían tal vez 10 años de prácticas. Pero lo más importante es que el abogado tiene una gran experiencia en el manejo de su energía y de su mente en un espacio mucho más complejo que aquel que el instructor está creando para sí mismo. Pero el que le enseña le considera como una persona que no se distingue en nada de alguien que está a su lado, que ha pasado todo su día tirado en el sofá leyendo un periódico y luego vino a entrenar un poco. Estos son dos tipos de personas diferentes. Y el abogado, más bien se irá, porque de repente se dará cuenta de que el instructor no tiene experiencia, que no le puede dar nada más, y para comprender este más, debería sumergirse en esta tarea tanto como está sumergido en su trabajo laboral.

Y éste va a entrenar, por ejemplo dos veces por semana. Por eso, el instructor debe darle un golpe en su “personalidad” y mostrarle que a pesar de toda su experiencia, está torcido, poco desarrollado y que no comprende claramente muchas cosas. Tiene que mostrarle que sus pies no están en el lugar correcto, su cabeza se voltea incorrectamente. El Maestro debe adquirir la capacidad de evaluar a la persona que entrena y debe comprender muy claramente quién a qué nivel está.

No debemos olvidar que no podemos enseñar a nadie. ¿Cómo alguien puede enseñar a otra persona que dos veces por semana viene a entrenar con su experiencia y el resto de su tiempo está perfeccionando su experiencia en algún otro lugar? Éste sigue permaneciendo en su propia experiencia y añade a ella la interacción con su instructor. Y el instructor cree que está enseñando a alguien, pero en realidad, este alguien sólo le usa conforme a su propia experiencia.

La habilidad de distinguir a la gente de buen juicio es muy importante. Una persona puede “engancharse” en el proceso y se sentirá muy bien, pero su cabeza estará fuera del proceso. Y por mucho que se entusiasme estando junto a su Profesor, por muy bien que se sienta en las clases, dejará de entrenar, puesto que no estará desarrollando su mente y no alcanzará el Enfoque. Más tarde éste, incluso, no se dará cuenta qué hacía en las clases, le quedará sólo el recuerdo de que se sentía bien.

Pero no hay que jugar con el espacio más de lo debido. Hay que darse cuenta de que si un ritmo determinado ha existido a lo largo de 20 años, hoy en día es diferente y mañana será otro diferente. Incluso muchos de los que entrenan muy seriamente no pueden recoger sus cerebros dado que ya no tienen fuerza. Éstos usan sus cualidades adquiridas, su energía, en otras acciones, pero no se involucran en el desarrollo, sino que se preparan para una caída aún más grande. Hoy en día están sucediendo bastantes cambios del tiempo, de la frecuencia, que nos plantean tareas bastante serias. Tenemos que conservarnos en el desarrollo, lo que significa que debemos ser muy responsables en cuanto al proceso de la enseñanza. Pero en este caso, no debemos olvidar que la enseñanza consta de cinco niveles.

Si se introduce caos en la enseñanza, entonces, de hecho, dejamos de enseñar; simplemente mantenemos el espacio. Por eso debemos luchar por el Método, perfeccionarlo. El problema más grande consiste en que al hombre no le enseñan a desarrollarse a sí mismo.

Podemos hacernos amigos con el espacio, podemos perfeccionar el espacio, pero si ya está formado y posee su propia fuerza, entonces no podemos cambiarlo. De la persona que enseña depende la existencia del espacio como tal; las personas que enseñan deben representar el espacio. Al representarnos a nosotros en este espacio, nos hacemos superiores al espacio y entonces la persona que enseña debe representar el Conocimiento. Y si el espacio nos da la posibilidad de representar este Conocimiento, entonces debemos comprender y apreciarlo.

 

15 febrero 2011

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